EL OFICIO DE VIVIR

26 de noviembre, 1937.

¿Por qué olvidamos a los muertos? Porque ya no nos sirven. Un triste o un enfermo lo olvidamos —rechazamos— en razón de su inutilidad psíquica o física.
Nadie se abandonará nunca a ti si no le ve provecho.

¿Y tú? Creo haberme abandonado una vez desinteresadamente. Por consiguiente,
no debo quejarme si he perdido el objeto de ese abandono. En este caso, ya no habría sido desinteresado.

Y, sin embargo, viendo cómo se sufre, el sacrificio es contra natura. O superior a
mis fuerzas. No puedo dejar de lamentarme. Y lamentarme es ceder ante el mundo, es reconocer que se buscaba provecho.

Pero ¿hay alguien que renuncie pudiendo tener? Esta caridad no es otra cosa que
el ideal de la impotencia. Y, entonces, basta con la virtuosa indignación. Si hubiese tenido dientes y astucia
habría cogido yo la presa.

Pero esto no quita que la cruz del engañado, del frustrado, del vencido —de mí— sea atroz de cargar. Después de todo, el más famoso crucificado era un dios: ni
engañado ni frustrado ni vencido. Y sin embargo ha gritado con todas sus
fuerzas. Pero luego se ha recobrado y ha triunfado, y lo sabía antes. Con estas
condiciones, ¿quién no querría la crucifixión? Muchos han muerto desesperados. Y éstos han sufrido más que Cristo.

Pero la gran, la tremenda verdad es ésta: sufrir no sirve para nada. Todos los hombres tienen un cáncer que les roe, un excremento cotidiano, un mal a plazos: su insatisfacción; el punto de choque entre su ser real, esquelético, y la infinita complejidad de la vida.

Y todos, antes o después, se dan cuenta. De cada uno habrá que indagar, imaginar el lento darse cuenta o el fulminante intuir. Casi todos —parece— rastrean en su infancia los signos del horror adulto. Indagar en este vivero de descubrimientos retrospectivos, de espantos, en este su angustioso encontrarse prefigurados en gestos y palabras irremediables de la infancia. Las Florecillas del Diablo. Contemplar sin pausa este horror: lo que ha sido, será.


Cesare Pavese



<<el final del día>> 1938, Henry Albert Payne.


Comentarios