El ORNITÓLOGO

                      Wojciech Skibicki


El lenguaje nos vuelve impacientes por hablar
                                Pascal Quignard

Me gusta observar detenidamente el color del amanecer, sentir el aire fresco por la mañana acompañado de un sutil sereno que anuncia la puesta de un sol radiante. En algunas ocasiones casi con la llegada del medio día escucho el graznido de un cuervo muy cerca de mi ventana, no lo veo pero imagino que esta posado sobre la rama del único árbol que hay y que, por cierto, está muerto; vivir en un lugar muy árido tiene sus ventajas: los árboles son escasos, solo predomina maleza que se extiende hasta por el resquicio de alguna piedra o pedazo de pavimento pero que al atardecer, ya con los ultimos rayos del sol, convierte ese lugar seco y desolado en un paisaje colorido y lleno de vida en el que, claro, las aves aparecen para hacerse de un festín de insectos.

Es ahí el momento donde surgen las ideas que más tarde se vuelven pensamientos azarosos. Quizá es por medio de los sentidos que surgen esos pensamientos que a veces se esfuman tan rápido como estrellas fugaces que no da tiempo ni siquiera de repensarlos; otras veces no pasa ni una sola idea, absolutamente nada surge. Por eso el pensamiento algunas veces es caótico a la vez que caprichoso como el clima.

Tal vez sea como lo relata Annie le Brun cuando se encuentra frente a cuatro aves de presa en un zoológico: las describe como elegantes, con un aire de crueldad, alas poderosas como las del buitre, agitandose en el aire; el águila con unas garras negras y enormes como cuchillas. Es ahí cuando se da cuenta que está a punto de convertirse en presa de su deseo, que está bordeando en el abismo, sin poder hacer nada.

Así como los cuervos en Juego de Tronos huyen del invierno en busca de lugares más cálidos y emprenden la huida porque un mal acecha su hábitat; la gente los observa con miedo, saben que se acerca un invierno muy largo, días más oscuros. No saben cuanto durará, la última vez se rumora que fueron como 20 años de invierno. No  tenemos alas, ni garras afiladas, ni mucho menos la mejor vista, pero creo que a veces esa vulnerabilidad con la que nacemos nos hace ser un poco menos cobardes. 

Como dice Pascal Quignard: somos como las aves rapaces que rompen los huevos de sus propios nidos, es así como uno toma y se aferra a las decisiones que nos causarán más daño y dolor. Nos dejamos llevar por ese deseo que con el paso del tiempo nos va enfermando como un cáncer. Es el acontecimiento, el lugar, los sentidos lo que hace que nos volvamos un poco solitarios y recobremos esa individualidad que se ha ido perdiendo con prácticas pseudoespirituales. ¿Qué ha pasado con mi vida? ¿De qué se trata estar vivo? 

Tengo la fortuna o la desgracia como escribe Sade de haber recibido del cielo un alma firme que nunca supo doblegarse ni se doblegará jamás. Capaz de irritar a quien sea porque la individualidad siempre está en riesgo cuando se trata de relacionarse con los demás. Ese espacio imaginario que creemos es la libertad no es más que un abismo. Esa buena voluntad que se cree poseer es perseguida con cierto grado de violencia para estar bien espiritualmente. Entregarse al suplicio, a la humillación de la felicidad es abandonarse a uno mismo para estar en armonía con el prójimo. 

Es el tiempo, la angustia, el miedo, la duda lo que funda al sujeto y lo impulsa a buscar nuevas formas de cubrir o adormecer esas sensaciones y sentimientos por medio, creo, de la moralidad.

Evitaré decir dualidad o complemento por que no viene al caso, es más bien, otro camino, un sendero más que ayuda al sujeto a no hundirse en esa desesperación que le recuerda la desolación de su existencia  y es, claro, el amor lo que se hace por contar historias, vivir de anhelos y de recuerdos que sirven para fortalecer el sentido de estar vivo y continuar con coraje y valentía el rumbo que se traza con esa persona y por muy difícil que parezca lidiar con la soledad y el sufrimiento eso lo calma y apacigua la tempestad. 

Lo queremos todo, creemos que lo merecemos todo, pensando siempre en esa desgarradura en nuestro ser; nos movemos hacia aguas más turbias para salir victoriosos pero evitamos a toda costa la enfurecida tempestad. No, no hay héroes ni salvadores, lo único que hay es lo que nuestra imaginación puede crear para sentirnos escuchados y observados por alguien. Nadie puede irrumpir en nuestra imaginación si no lo permitimos. Los sueños son creaciones únicas, todos soñamos, nuestros más valiosos secretos provienen de los sueños que nos negamos a contar o que contamos a medias. 

La vida es cruel y tenebrosa al tiempo que también es intempestiva y llena de sorpresas; alguna vez dejaremos de existir físicamente para solo existir en el pensamiento de los demás, los demás que crean la existencia con base en los lazos afectivos que establecieron con el que ya partió de este mundo y la vida sigue como esas aves al atardecer que se ven en el horizonte. Armando me ha preguntado -¿hacia dónde vuelan esos pájaros?- Pero yo no lo sé, pienso que vuelan porque es lo único que saben hacer, vuelan a un lugar seguro siguiendo los últimos rayos del sol.

                         Evan Perkins

He soñado que soy un moribundo amante de las aves, son mis últimos días y mis aves me acompañan, se posan en mis brazos, en mi pecho, en mis pies y de repente vuelan al techo asustadas por la presencia de alguien que ha entrado a la habitación: el final ha llegado, me desvanezco en segundos y mi cuerpo se convierte en un centenar de peces que nadan en el aire sin rumbo.


Nancy Skoglund, la venganza de los peces 1981. 


... Tenemos aquí a una criatura que razona[...] la poca costumbre que tengo de hallar a alguien así me hace desear charlar con ella. 

                                         Bandole a Justine


                            

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