LA PETITE MORT



El sexo es una derrota. De coger, cualquiera sea su sexo, cualquiera sea el del o los compañero(s), se sale como los trapos: deshecho[dé-fait]. Coger es ir a una derrota [défaite]. Es como decir que ahí se está como perdido.
Jean Allouch

Bloque de abismo... 

Algunas reflexiones a propósito de le petite mort de José madero:

¿Hay acaso una escena "imaginaria"(casi podría decir invisible) que está detrás de nosotros todo el tiempo? Busco algo que me falta, busco algo que no encuentro en mi memoria, en mis recuerdos solo hay palabras pre-construidas que me fuerzan a llenarme más de palabras y significados y a partir de ahí crear imágenes que son algo confusas; pero, como dice Pascal Quignard, "hay una imagen que falta"... Es una escena que tal parece que ha quedado perdida y es ocupada por un espacio, una presencia de la ausencia. Esa imagen que no se sabe si se ha coagulado o disuelto con otros recuerdos y ahora solo es el fragmento de algo que estuvo ahí.

Una falta hubo ahí, se ha fugado quizás y ha dejado en su lugar un color negro, una oscuridad, como si se tratase de una noche ausente de luna. La oscuridad representa un vacío, una angustia por algo que va a surgir de entre las penumbras, un origen y una escena primaria. Es por eso que encontramos cierta fascinación y a la vez espanto en una noche completamente oscura.

Esa imagen que falta tal vez huye, se escapa a la mirada cotidiana, pienso que quizá deja una huella o se asoma a duras penas en el deseo. Nosotros nos entregamos por completo al deseo; es decir, no podemos desprender de nuestro cuerpo ese deseo puesto que el cuerpo funciona como vehículo para llegar a consumarlo. 

Me callo, lloro, pienso, no actúo, no hago nada, me quedo inmóvil esperando a que la melancolía consuma todo deseo que hay en mi, esa imagen primaria tal vez ya ha fenecido, ahora anida en ese lugar una inquietante melancolía.

Hay vacío y oscuridad, ahora pienso que de eso se trata todo: buscar la mirada del otro en la noche más oscura o entre cuatro paredes, entre las sábanas y al final solo conformarse con contemplar el cuerpo del otro mediante los sentidos, el tacto y el olfato para imaginar eso que tanto se desea, y así nace la fantasía. La escena que vemos en nuestra mente la hemos creado nosotros a partir de nuestro deseo. Errantes nos mantenemos cuando se trata de buscar el amor del otro.

Pero ahí donde uno cree entregarse en cuerpo y alma, algo nos detiene, nos sujeta como sujetos que somos, esa escena, esa imagen que falta nos hace una mala jugada, nos hace abstenernos de hacer aquello que deseamos hacer o que nos hagan, y le llamamos miedo, ansiedad, tristeza, nervios.

Hay una carencia que destroza nuestro deseo y que pulveriza todo a su paso dejando en las tinieblas a un corazón. Hemos perdido algo ya, nuestro semblante es otro, nos percibimos como quién sabe qué cosa. Contemplamos en ese vacío un corazón que no vemos, pero que esta ahí, le observamos hasta el punto de llorar, de pulverizar nuestros ojos viendo fijamente a ese corazón que no vemos en la oscuridad.

La noche invade todo lo que toca, detesto el sol al mismo tiempo que lo necesito, me gusta verme al espejo porque cuando lo veo se que no soy yo el que se esta observando así mismo. Esa soledad que habita en mi, estoy seguro que habita en cada ser humano que he conocido.

Vengo de una soledad que surgió de no sé dónde, de una imagen que falta, tan desgarradora que abrió paso al lenguaje que me imposibilita expresarme como quiero hacerlo y que ha cubierto de sombras una supuesta realidad otorgándole un corazón a la soledad.
 
Me doy cuenta de que algo no marcha del todo bien en nosotros, esa escena, esa imagen que falta hace que la cinta salte, que no se entienda bien la historia que se está contando o bien la pared donde se proyecta esa película tiene una grieta que no permite ver por completo la imagen.

Podemos ver, pero no eso que deseamos, nuestra soledad de repente nos orienta para entender más o menos la historia, la soledad la vamos plasmando en otros cuerpos, en el pensamiento del otro que nos escucha. El oído es de los sentidos que más despiertan el deseo, el miedo o la angustia.

Ya hubo algo, ya sucedió algo que no vimos, un resplandor de nuestra imaginación que se proyectó en el cuerpo de nuestro ser amado y que ha dado pie a imaginar hasta lo imposible a su lado. La palabra entonces se nos presenta como un obstáculo, un muro que no nos permite ver ni seguir adelante, esa luz sobre el muro que se nos ha atravesado nos deja aturdidos. Si vemos ese muro como un obstáculo es por que sabemos que lo que está después es algo que ya hemos visto, un dolor placentero, que queremos gozar, un dolor que nos sitúa en un sendero donde se roza la vitalidad de sentirse vivo al tiempo que se paraliza ese deseo, donde se enlaza el abismo a la muerte.

         Francis Bacon, Dos figuras, 1953

Hemos de morir dominados por el tiempo, por el miedo de no lograr hacer todo aquello que queremos hacer. Vehemente la angustia, la soledad se hace presente en los otros que ven cómo nos hemos marchado de este mundo.

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